Uno de los pensamientos que detectamos que está calando en personas adultas o en profesorado en los institutos es que “los adolescentes de ahora son muy machistas”. Desde mi experiencia como educador en prevención de violencias de género, no sabría decir si lo son más o menos que antes. Sí que podría afirmar que existen muchas relaciones machistas entre los y las adolescentes y que éstas van cambiando, mutando y sofisticándose. Por otro lado, conozco a muchas chicas y chicos con formas de relacionarse muy igualitarias y con expresiones de género positivamente no normativas. Asimismo, podría añadir que entre el profesorado también veo muchos comentarios, actitudes y discursos machistas, así como todo lo contrario. En todo caso, está claro que el machismo está muy presente en la sociedad y en la educación que reciben los y las adolescentes.

La mirada de género

Para valorar el machismo en la adolescencia debemos entenderlo en primer lugar como un problema a nivel social, sistémico. Mal que nos pese, vivimos en un modelo heteropatriarcal que sustenta el sistema socioeconómico y que rige la mayoría de normas de comportamiento que debemos seguir las personas desde el momento que nacemos y nos dicen que tenemos pene o vagina.

En segundo lugar, el machismo como construcción social que promulga la supremacía de los hombres sobre las mujeres, suele estar presente en nuestra sociedad, en nuestra construcción como personas y en cómo nos relacionamos con otras personas. Esto puede suceder en las diferentes etapas de nuestra vida y en todas las esferas (economía, estado, religión, medios de comunicación, familia, grupo de iguales, etc.).

En tercer lugar, el machismo es dinámico, sabe adaptarse a los tiempos y se expresa de diferentes formas. Esto va configurando también la percepción y el análisis sobre su articulación. Antes no veíamos cosas que ahora vemos y a la inversa…

Por tanto, quizá sería más adecuado preguntarnos: ¿cómo funciona el machismo en la adolescencia?

El machismo funciona reproduciendo los estereotipos de sexo, género y deseo. En referencia al sexo, se trataría de entender que solo existen hombres y mujeres cuando nacemos; en cuanto al género, que si naces hombre tienes que comportarte de forma masculina y si naces mujer, de forma femenina; y en el deseo, es necesario entender que todas las personas somos heterosexuales por norma. Todas las personas que se saltan esas normas sociales, reciben diferentes formas de violencia.

La etapa de la adolescencia es un momento fundamental sobre la interiorización de estas normas sociales basadas en los estereotipos machistas. Es cuando empezamos a darnos cuenta de que la forma diferencial que aprendemos niñas y niños pasa a ser desigual, es decir, que en nuestra sociedad ser chica tiene unas consecuencias diferentes a ser chico, y que estas se basan en relaciones de poder machistas. ¿Cómo se traduce esto en el día a día en los institutos?

La visualización de algunas formas de machismo

Una manera fácil de entender la reproducción de estos estereotipos que generan comportamientos machistas es visualizándolo en expresiones concretas de uso cotidiano en los institutos. Los insultos y los usos que tienen en este caso nos pueden servir de ayuda para entender de una forma explícita cómo funcionan estas desigualdades. Básicamente y resumiendo, podemos definir cuatro formas de violencias de género que es importante trabajar.

La violencia de género dirigida a las chicas a través de insultos como “puta”, “zorra”, “guarra”, etc. El uso de este insulto nos habla de la limitación de la libertad sexual de las chicas y de las consecuencias que sufren las mujeres cuando reciben algún tipo de agresión de carácter sexual. En este caso es importante relacionarlo con el funcionamiento del machismo a través de la culpabilización de las mujeres cuando son agredidas y de la limitación de la libertad de las mismas en los espacios públicos. También relacionado con esta idea podemos trabajar la educación sexual diferencial que están aprendiendo chicos y chicas: desde un falso aprendizaje basado en el tabú, a través de un modelo de sexualidad falocéntrico y coitocéntrico, hasta una represión de la sexualidad de las chicas como agentes pasivos y una sobrevaloración de la sexualidad expansiva, activa y dominante de los chicos. Además, generalmente sucede desde una visión heterosexual.

Los insultos dirigidos al constante juicio del cuerpo de las chicas: “gorda”, “plana”, “fea”, etc. Con esto hablamos de cómo el machismo funciona a través de las presiones corporales y estéticas y lleva a consecuencias tan graves como la cosificación de la mujer y la anorexia, la bulimia o los suicidios.

Con los chicos trabajamos sobre todo el tema de la homofobia exteriorizada e interiorizada. No solamente como forma de maltratar a los chicos gays, sino sobre todo como forma de relacionar unos comportamientos con ser gay y las discriminaciones que conllevan. Esto lo podemos detectar a través de insultos como “maricón”, “nenaza”, etc. Es una limitación de la libertad de expresión y de gestión de las emociones que representan debilidad. Se pueden generar consecuencias como la resolución de los problemas a través de la violencia o las conductas de riesgo como demostraciones de masculinidad. Las tasas tan elevadas de suicidios de hombres y el acoso por causa homofóbica son algunos de los efectos de estas formas de machismo hacia los chicos.

Finalmente, la violencia de género en el ámbito de la pareja y en las relaciones afectivo-sexuales. En este caso, no hablamos tanto de los insultos, sino del funcionamiento del modelo heteropatriarcal basado en la reproducción de los estereotipos de género en la pareja y en los mitos del amor romántico. Son suficientemente conocidas las consecuencias tan graves que lleva este tema como el número de mujeres asesinadas a manos de sus pareja o exparejas cada año.

La mirada educativa

Para acabar y volver a la idea principal del artículo, es importante resaltar que una mirada educativa y de prevención de las violencias de género debería ir más dirigida a preguntarnos qué condiciones y oportunidades estamos dando a los adolescentes y sobre qué modelo socio-económico estamos trabajando, empezando por el sistema educativo que les ofrecemos. Por el otro lado, deberíamos tratar a los adolescentes como personas que tienen opinión, que pueden entender y elaborar discursos propios y que, en muchos momentos, hasta tienen más razón que algunas personas adultas.

Los adolescentes son un espejo de nuestra sociedad y lo bueno es que seguramente les será menos difícil cambiar sus comportamientos machistas que los de las personas en etapa adulta. Que lo hagamos o no, será un trabajo construido conjuntamente con ellas y ellos, procurando no estigmatizarlos.

 


Pau Zabala Guitart.
Coordinador del Proyecto “Paranys de l’amor” (Las trampas del amor), talleres de prevención de relaciones machistas del Ayuntamiento de Barcelona, gestionados y dirigidos por la Fundación Salud y Comunidad (FSC). Educador de prevención.