Me llamo Laura y trabajo como enfermera en el Centro de Acogida para Personas Sin Hogar (CAI) de Alicante, de titularidad municipal, gestionado y dirigido por la Fundación Salud y Comunidad (FSC). Llevo casi 20 años trabajando con personas vulnerables, pensé que eso me daría alguna ventaja a la hora de empezar en el CAI, pero estaba equivocada. Como enfermera, estaba acostumbrada a que las limitaciones de la ayuda que puedo ofrecer a una persona, dependieran de su propio estado de salud, si bien en este servicio me he encontrado con una problemática muy diferente.

Trabajando con personas sin hogar, la falta de recursos es la principal dificultad. Nos faltan medios en el centro, pero, sobre todo, serían necesarios muchos cambios en las normativas autonómicas y estatales para que no perdamos a tantas personas por los “agujeros del sistema”.

No todas las personas sin hogar que logran una plaza en el CAI pueden permanecer en el servicio durante los 15 días que dura la acogida. En ocasiones, su estado de salud, psíquica o física, está demasiado deteriorado como para que puedan quedarse esos días en el centro. En este estado de salud tan delicado, el equipo profesional no puede garantizar su seguridad y la del resto de usuarios/as, ya que el CAI no es un centro sanitario.

En otras ocasiones, podemos ayudarles durante esos 15 días, pero después deben marcharse, si bien, en tales circunstancias, si además no hablan el idioma, si su situación no está regularizada, no serán candidatos a los programas de larga estancia en otros recursos.

Por otra parte, muchísimas personas sin hogar no tienen tarjeta sanitaria. Un porcentaje alto ni siquiera tiene la posibilidad de solicitar una. Están tan excluidas del sistema que cada trámite que tienen que realizar, les resulta terriblemente complicado. No obstante, seguirán teniendo las mismas necesidades sanitarias, si bien será mucho más difícil ayudarles.

En este sentido, en mi trabajo como enfermera del CAI, cada día veo a pacientes crónicos que no toman la medicación porque no tienen acceso a ella, aunque estos son bastante afortunados, dado que en algún momento han tenido un seguimiento y tienen un diagnóstico médico, aunque su estado de salud empeore por momentos, ante la falta de tratamiento.

Otros muchos ni siquiera han pasado por un centro de salud en varios años. Y cuando van, no les tratan bien. Me he encontrado ante una absoluta falta de respeto y empatía en varias consultas médicas a las que he acudido acompañando a algún usuario. La sanidad no es igual para todos. No se nos trata a todos con el mismo cuidado, atención, imparcialidad. No es así si tu ropa no está perfectamente limpia, si no vas muy aseado…

Atiendo a personas muy acatarradas, llenas de sarpullidos, con picaduras de insectos, ampollas en los pies, quemaduras producidas por el sol, heridas infectadas en cualquier parte del cuerpo y, sobre todo, mucho dolor. Dormir en el suelo duele y mucho.

Sin embargo, están muy agradecidos por cualquier tipo de atención que les podamos proporcionar. Están tan acostumbrados a que miremos sin ver, que curar una herida, pedir una cita médica, solicitar la tarjeta sanitaria o escucharles un rato, te lo agradecen muchísimo, como si hubieras hecho algo grande.

El pasado mes participé en el recuento nocturno por las calles de Alicante. Me pareció una experiencia muy reveladora. Siempre he observado a personas durmiendo en la calle por el centro de la ciudad, pero no me imaginaba que fuéramos a encontrar a tantas personas en un barrio obrero y no turístico como San Blas, que fue el que tuvimos que revisar. Allí vimos 11 personas durmiendo en los parques, en bancos, algunos tenían sacos, otros mantas, algún afortunado incluso tenía un colchón. No vimos a ninguna mujer.

Ser mujer y estar en situación de calle es muy peligroso. Me lo explican cada día en la consulta. Lo escuchamos en el Café Violeta, un espacio muy necesario del que he empezado a formar parte y del que me siento muy orgullosa. Los viernes por la mañana invitamos a desayunar a mujeres de calle y, con la excusa de hacer alguna manualidad, les damos un sitio seguro para estar juntas y hablar de lo que quieran. Surgen conversaciones sobre la exclusión que sufren, la violencia machista, surge la sororidad… De estos cafés salen citas y son derivadas al equipo profesional de trabajo social, a enfermería. También, a raíz de estos encuentros, hacen uso del servicio de duchas y de ropero del centro, del comedor externo, e incluso en algún caso, pasan a ser usuarias de programas de larga estancia.

Estuve también en la concentración nocturna en el Ayuntamiento de Alicante, fue una noche muy impactante. El manifiesto que leyeron las personas sin hogar fue muy emocionante y conmovedor. Nos encontramos también con algunos antiguos usuarios del centro que están ahora en otros recursos. Pude conocer a compañeros de otras asociaciones…

Personalmente, pasé frío, me pareció que el suelo estaba muy duro, que había mucha luz y muchísimo ruido. No tuve miedo, pues estaba muy acompañada y además había un guardia de seguridad que estuvo toda la noche por allí. Además, compartir tiempo fuera del trabajo con mis compañeros/as del CAI en un acto así, fue muy bonito también.

Por otra parte, desde hace muy poquito, he empezado a salir con el Equipo de Calle del servicio. Los avisos a los que he acudido y de los que he oído hablar, parecen ser muchas veces casos de salud mental. Algunas de las personas con las que hemos hablado parecían completamente rendidas. Una persona sin medicar, tirada en la calle, llorando, descalza, sin abrigo, comiendo pan del suelo, es muy complicado que venga al centro, aunque le hayas hablado de las duchas, del ropero, sencillamente, no puede, no tiene fuerzas…

“Llegamos hasta donde llegamos”. Escucho demasiadas veces esta frase, que es cierta, hacemos todo lo que podemos, pero no es suficiente. No puedo evitar sentir mucha impotencia y acabar muchos días con un nudo en la garganta. Necesito hacer más, ayudar más, buscar otra solución, otra forma mejor de hacer las cosas y no siempre es posible. Para poder ayudar a cada persona de la forma que necesita hacen falta muchos más medios.

Trabajar aquí me ha supuesto un reto personal enorme, desde el principio y lo sigue siendo cada día. Me hace crecer como enfermera y creo que también como persona. Aprendo cosas nuevas constantemente y tengo la oportunidad de ir ampliando mis tareas, según mis intereses: el Café Violeta, el Equipo de Calle… Me he encontrado con un equipo de compañeros/as que me han apoyado muchísimo, muy integrador y que me han ayudado a que la adaptación fuera muy fácil. Este trabajo no es cómo esperaba, es muchísimo más. Quizá todo pasa por algo, y tenía que venir aquí para tener esta nueva mirada sobre la realidad de las personas sin hogar.