A esta y a otras cuestiones relacionadas con esta temática tan controvertida, ha respondido recientemente nuestro compañero Daniel Urbina, especialista en los trastornos del control de impulsos y de la conducta en la infancia y director del Centro de Acogida de Menores de Ateca, en Zaragoza, gestionado y dirigido por la Fundación Salud y Comunidad (FSC), en su conferencia realizada en las II Jornadas de Salud Mental, organizadas por la Asociación Augusta de Enfermos Mentales (ASAEME) en Calatayud (Zaragoza).

¿Por qué algunos/as menores terminan siendo empresarios de éxito, mientras que otros/as se convierten en delincuentes?, ¿se puede predecir la conducta violenta a partir de ciertas características físicas y psicológicas de una persona?, ¿este tipo de conducta está determinada en el nacimiento o es el resultado de nuestras experiencias en la infancia?

Nuestro compañero Daniel Urbina, director del Centro de Acogida de Menores de Ateca, en Zaragoza, ha respondido a estas cuestiones, desde su bagaje académico y profesional, en estas jornadas realizadas recientemente.

Para ello, como punto de partida, se ha basado en el Proyecto Dunedin, desarrollado desde 1972 en la universidad de un pequeño pueblo de Nueva Zelanda llamado Dunedin que da nombre a este proyecto que, según apunta, es valorado desde el Área de Atención a la Dependencia de FSC como un buen enfoque de intervención a aplicar en los centros de menores que se gestionan.

Según explicó además nuestro compañero durante su intervención, se realizó un seguimiento en ese año a todos los menores nacidos en esta localidad y, complementariamente, se llevó a cabo durante más de 40 años un seguimiento de su historial médico, sus relaciones, sus éxitos y fracasos, sus genes…  En total, se realizó un seguimiento a 1.037 menores.

El equipo de investigación de este proyecto, a partir de la observación durante los 3 primeros años de vida de los y las menores participantes, llegó a la conclusión de que la conducta violenta/agresiva es común a todos los seres humanos en la primera infancia, reduciéndose dicha conducta con la aparición del lenguaje.

Dando un paso más en la explicación de la conexión entre el comportamiento de los y las menores y el modo de vida cuando son adultos/as, esta investigación propone cinco tipos de personalidad: seguro/a de sí mismo/a; reservado/a y bien adaptado/a (personalidades fáciles) e inhibido/a y subcontrolado/a (personalidades difíciles).

Además, en la investigación se señala que este tipo de personalidad puede verse modificado por el estilo de crianza en el que han crecido los y las menores, y propone igualmente dos categorías: padres fáciles (escuchan, son asertivos, reconocen emociones…) y padres difíciles (usan el castigo, no están disponibles, presentan conductas disruptivas…). De este modo, un niño “difícil” criado por padres “fáciles” tiene más posibilidades de normalizar su conducta de adulto mientras que, por el contrario, un niño “fácil” en un ambiente “difícil”, puede presentar conductas agresivas y disfuncionales en su vida adulta.

Esta forma de entender la interrelación entre la predisposición biológica y el ambiente de crianza es afín al modelo biopsicosocial, que está en la base de muchos modelos psicológicos. Es el caso de la Terapia Dialéctico-Conductual, que es uno de los pilares en los que se basa la intervención en el Centro de Acogida de Menores de Ateca.

Según este modelo, desarrollado por Linehan, el niño/a que ha nacido biológicamente vulnerable no aprenderá a poner nombre a sus emociones, a modularlas, a tolerar el malestar o a confiar en sus repuestas emocionales como interpretaciones válidas de los eventos, si ha crecido en un ambiente que responde de forma errática o exagerada a sus eventos internos (emociones, sensaciones, preferencias…), negándolos («deja de llorar»; «¿cómo vas a tener sed, si acabas de beber?») o atribuyéndolos a rasgos negativos de la personalidad («eres un llorón»; «no seas cobarde»).

Según señalaba durante su intervención Daniel Urbina, estas familias restringen las demandas del menor, no tienen en cuenta sus preferencias («qué sabrás tú») y utilizan el castigo como forma de controlar la conducta (Crowell, Beauchaine y Linehan, 2009).

Por otro lado, durante la conferencia se dedicó un espacio al enfoque transdiagnóstico. En las últimas décadas se viene constatando que muchos problemas psicológicos comparten una serie de síntomas comunes. Estos elementos comunes participan bien en el origen, el mantenimiento o el incremento de la probabilidad de desarrollar dichos problemas psicológicos. También, nuestro compañero explicó que el enfoque transdiagnóstico permite facilitar la intervención en la terapia centrándonos en la intervención sobre estos síntomas comunes y no sobre las etiquetas diagnósticas, al tiempo que permite fomentar la prevención de cara a dificultades psicológicas futuras (abuso de sustancias, problemas emocionales, desórdenes alimentarios, depresión, ansiedad, etc.).

Durante la ponencia, y muy en relación a todo lo expuesto hasta el momento, se debatió sobre la teoría del apego y a la importancia de fomentar el apego seguro en la crianza, señalando que las personas con apego seguro tienen mayor capacidad de respuesta ante imprevistos; son menos reactivas que aquellas con apego inseguro y que suelen hacer frente a los problemas, centrándose en posibles soluciones y dándole un enfoque positivo a lo que le ocurre.

Además, nuestro compañero ofreció unas interesantes claves sobre cómo se puede fomentar el apego seguro en los y las menores, a través de la expresión de sus emociones, al tiempo que, respondiendo por parte de las personas adultas, a todo tipo de expresión y vivencia afectiva de los y las menores. Para ello, señaló que es importante observar (darse cuenta de lo que pasa), describir (poner palabras, usando por ejemplo estrategias como fiscalizar la emoción), participar de la experiencia y no juzgar. Asimismo, ofreció estrategias para reflejar (mirroring) las expresiones emocionales con la intención de modularlas como puede ser la retroinformación, la interrogación negativa o el mindreading, a través de preguntas abiertas para facilitar la ventilación emocional.

Por otro lado, hacia el final de la ponencia, ya desde un marco más cognitivo-conductual, hizo algunas recomendaciones para trabajar con estos/as menores, señalando, por ejemplo, la importancia de la estructura externa a partir de la distribución de espacios, la variedad de actividades y horarios y el conocimiento de las reglas de convivencia, a través de las normas.  En cuanto a las normas, afirmó que es importante que todas las personas que están conviviendo las conozcan y respeten, haciendo ver al o a la menor que nos hemos dado cuenta de que se la han saltado aplicando y aplicando consecuencias cuando sea necesario por la transgresión de las mismas, siempre sin depender de nuestro estado de ánimo.

Asimismo, habló del papel positivo de los reforzadores, en contraposición al uso del castigo como una herramienta de intervención que consigue mejores resultados y más duraderos a largo plazo. También explicó que las normas han de ser claras y específicas, comprensibles para los y las menores, cortas, darse en un número reducido, así como ser coherentes y consistentes. Por otra parte, se refirió al papel fundamental del adulto como modelo y a la importancia de evitar el contacto físico instigador.

Sin duda, nuestro compañero de FSC ofreció un buen número de pautas de afrontamiento, actuación y de reflexión de carácter práctico y consejos de utilidad para mejorar la manera de relacionarnos con menores difíciles, residan o no en centros de menores, respecto a situaciones que pueden llegar a ser desbordantes para familiares y personas de referencia.

Cabe señalar que recientemente se ha realizado en el Centro de Acogida de Menores de Ateca, una charla a modo de repaso sobre el contenido teórico y práctico de esta conferencia, aplicada a la intervención en el centro. Además, se ha ampliado este contenido, sumándole información sobre qué factores de la crianza de los y las menores residentes han podido influir en la aparición de traumas complejos y cómo estos eventos traumáticos pueden llegar a generar graves problemas de identidad, e incluso cierto grado de disociación estructural de la personalidad, que afecta en alguna medida a un 30-40% de los usuarios/as del centro.