El Servicio de Acompañamiento para la Vida Autónoma (SAVA) de la Fundación Salud y Comunidad (FSC), dirigido a personas de la provincia de Barcelona, cuyo objetivo es facilitar el paso a la vida autónoma de las personas beneficiarias del servicio, mantener esta autonomía y conseguir el máximo nivel de inserción en la comunidad, ha puesto en marcha un servicio complementario dirigido a personas que están en consumo o con conductas adictivas en activo. Se trata del Programa de Atención y Acompañamiento a las Dependencias (PAAD), del que Andrea Meana, coordinadora de ambos servicios, nos da mayor detalle en esta entrevista.

– Recientemente, habéis puesto en funcionamiento el PAAD… ¿cuáles son sus características principales?

El PAAD es un servicio que realiza acompañamientos educativos a personas que tienen dependencias a sustancias y/o conductas adictivas. Se trabajan aspectos relacionados con su día a día, como la gestión de su economía, la realización de un menú semanal y la compra, la búsqueda de actividades de ocio, se realiza seguimiento de su medicación, seguimiento de las situaciones que suponen un riesgo para la salud de la persona, etc… Estos acompañamientos se llevan a cabo en el domicilio de la persona usuaria, o lugar acordado entre educador/a y persona usuaria, como puede ser una biblioteca, un centro cívico, u otros recursos municipales que ofrece la ciudad de Barcelona.

– ¿Cuáles son las similitudes entre el PAAD y el SAVA?

Tanto el PAAD como el SAVA realizan estos acompañamientos educativos. El funcionamiento de ambos programas es el mismo: la persona usuaria hace la demanda de querer ser atendida por un educador/a social en las necesidades relativas a los aspectos educativos de su día a día. El educador social se acerca a la casa de la persona usuaria para realizar el acompañamiento educativo, en su entorno cotidiano. En este lugar, hablan de sus objetivos, los cuales están vinculados a la demanda de la persona, y se realiza un seguimiento de los mismos y de las necesidades que van surgiendo de sesión en sesión.

Tanto el SAVA como el PAAD son servicios que acompañan de forma individual, y ello tiene la gran ventaja de poder trabajar desde la especificidad y sin tener que velar por un grupo. Por ejemplo, una persona que está exponiéndose a conductas de riesgo, puede ser igualmente acompañada desde estos servicios, ya que no hay una normativa grupal por la que se tenga que velar.

El profesional seguirá quedando con la persona usuaria del servicio, se abordarán los riesgos, las estrategias y alternativas que tiene y se tomará una decisión acorde con su demanda, a la que posteriormente, se le hará un seguimiento y se revalorará si ha sido útil y si se sigue aplicando o si debe modificarse.

– ¿Qué diferencias podemos encontrar entre ambos servicios?

El Programa de Atención y Acompañamiento a las Dependencias (PAAD) es un servicio que ha nacido para poder cubrir las necesidades que no se podían cubrir desde el SAVA, principalmente porque este último es un servicio dirigido a personas que están en abstinencia. Por tanto, la principal diferencia reside en que el PAAD es un servicio dirigido a personas que están en consumo o con conductas adictivas en activo.

Desde el SAVA nos dimos cuenta de que había personas que no podían ser atendidas desde este servicio por no cumplir los requisitos necesarios de abstinencia, y todo lo que implica: puntualidad, compromiso de asistencia, temporalidad de los objetivos educativos…  Por ello, decidimos crear el PAAD, un servicio que también tiene por objetivo favorecer la autonomía de las personas en consumo o con conductas adictivas en activo, a través del acompañamiento educativo. El PAAD es un servicio más flexible por lo que respecta a la puntualidad, cambios en la fecha de quedada, objetivos a conseguir en más tiempo, etc.

– ¿Qué destacarías además del PAAD?

Un aspecto destacable del PAAD tiene que ver con la coordinación entre los distintos equipos que atienden a la persona usuaria. Esta coordinación se hace especialmente necesaria, ya que, al estar en consumo, pueden producirse más desestabilizaciones a nivel psicológico y psiquiátrico.

El PAAD es un servicio que nace para cubrir otras necesidades diferentes a las del SAVA. En este sentido, el nacimiento del SAVA fue muy similar al del PAAD, ya que el SAVA surgió al observar que las personas, al terminar sus procesos residenciales para la deshabituación de las adicciones (en pisos o comunidades terapéuticas), seguían demandando y necesitando atención profesional para gestionar su día a día. Estas personas demandaban una atención menos intensiva y adaptada a esos momentos de mayor autonomía.

Además, desde el PAAD entendemos que es fundamental generar servicios inclusivos, en los que personas que están en consumo, tengan cabida y se pueda trabajar igualmente para la mejora de su calidad de vida. Desde este servicio, creemos que la mirada debe ponerse en minimizar el impacto negativo del consumo, potenciar alternativas saludables al consumo, y aumentar la autonomía.

La presencia de las conductas adictivas o del consumo en activo, hará que los objetivos a conseguir puedan verse influenciados por este, y es importante entender que el ritmo del acompañamiento será diferente al de una persona en abstinencia. Por ello, en el PAAD es muy importante trabajar desde la demanda de la persona, para conseguir que se vincule al profesional y al servicio lo más rápidamente posible, y así poder acompañarle en sus necesidades.

– Para finalizar la entrevista, el pasado día 24 de enero fue el Día Internacional de la Educación. ¿Qué función dirías que tiene la educación social, en el marco de estos dos programas?

La educación social tiene un papel fundamental en el contacto con personas que están discriminadas por la sociedad. Las personas con problemas de adicción siguen sintiendo el rechazo de la sociedad y en muchos casos también, de sus familiares y amistades. Muchas veces este rechazo tiene su origen en la incomprensión que hay alrededor de esta enfermedad, la cual genera juicio negativo en muchas ocasiones y falta de apoyo, llegando incluso a ocultar la enfermedad por miedo a ser rechazados (trabajo, relaciones sexo-afectivas, posibles amistades, temor al “cotilleo”, etc.).

Creo que una de las misiones del educador/a social tiene que ver con señalar esa desigualdad y ayudar a comprender (educar), con el fin de que haya menos desigualdad y rechazo. No solo se ayuda a comprender a las personas que rodean a la persona con el diagnóstico en las adicciones, también debe incidirse sobre la persona con el diagnóstico. El autoestigma está muy presente en las personas con adicción porque también han hecho suyos los mensajes que la sociedad dice de ellos.

Además, deviene una figura de alianza y apego para las personas con este diagnóstico, y puede ser clave para empezar a cuestionar el autoconcepto que tienen como personas con problemas de adicción. Cuestionar los mensajes sociales y educar por la igualdad creo que serían dos conceptos fundamentales que maneja la educación social.

– Es muy interesante la mirada que se hace desde la educación social…

Sí, la mirada estructural que hace la educación social pone el foco en la estructura de la sociedad y no tanto en los factores individuales. Es una mirada muy desestigmatizadora al no responsabilizar a la persona sobre su situación, sino verla como un síntoma de un sistema que no funciona de forma igualitaria y saludable. La educación social señala el funcionamiento social violento, injusto, duro… que termina por repercutir en las personas que conforman el sistema y que acaban siendo víctimas de un sistema que favorece las desigualdades.

Igualmente, la educación social apuesta por un trato más horizontal entre profesional y persona usuaria, lo que permite que esta última tenga una relación significativa con un/a profesional que puede resultar muy sanadora, no solamente por el respecto que recibe, sino también al verse tratada como persona más allá de un diagnóstico.

Por ello, es tan importante que haya programas como el PAAD o el SAVA con profesionales de la educación social, ya que son servicios que promueven la inclusión y disminuyen la desigualdad al ajustarse a las necesidades de la persona atendida. Tanto la flexibilidad de ambos servicios, como la horizontalidad y cercanía en el trato por parte del profesional, facilitan el acceso y el mantenimiento de la persona usuaria en los programas y facilita su autonomía e inclusión social.