Es mi propia experiencia y un testimonio real. Soy madre y estoy rehabilitada del consumo de sustancias “tóxicas”.

Ejercer de madre, en mi caso, no fue fácil, pero creo que, a pesar de las enormes equivocaciones que cometí en su día, he sido una buena madre, estoy segura.

Me casé por amor con el que ahora es mi exmarido. Al principio, quisimos disfrutar del matrimonio y no tener hijos, pero a los pocos años quisimos formar una familia. Entonces estaba sin consumir desde hacía bastante tiempo, mi exmarido me ayudó mucho, nunca lo olvidaré.

Me quedé embarazada y tuve un parto buenísimo, sin problemas. Ya cuando pusieron mi hija en mi regazo supe que mi vida había cambiado para siempre. Ahora tendría que ocuparme, tendríamos que ocuparnos, de una pequeñita que dependía de nosotros.

Entonces, como ha dicho antes, estaba sin consumir, abstinente, pero me doy cuenta ahora de que no tenía plena conciencia de lo que es estar rehabilitada, de estar sobria, como estoy ahora mismo. Por eso pasó lo que pasó, ahora lo comprendo todo. Tenía ganas de ser madre, pero no estaba preparada para ello.

Tuve suerte porque la niña dormía bien y por las noches descansábamos bastante. Por la mañana, seguía mi rutina diaria, la limpiaba, le cambiaba el pañal y le daba de comer. Al principio, le daba el pecho, era una sensación maravillosa, indescriptible, tener a mi hija en mis brazos y darle de comer, un sueño hecho realidad. Más tarde, tuve que darle el biberón porque la niña no engordaba lo suficiente.

También le daba largos paseos y así, de paso, hacía ejercicio y caminaba. A ambas nos beneficiaba. Era feliz y estaba tranquila, pero con el tiempo eso cambió. Mi matrimonio empezó a ir mal, teníamos muchas discusiones. Al final, nos divorciamos. Acordamos tener la custodia compartida y yo me trasladé a casa de mis padres.

Entonces tuve una recaída. Empecé a consumir una sustancia sustituta de la que yo habitualmente había tomado. Una sustancia que en principio nadie detectó (o eso pensé yo). Por este motivo, yo seguía mi vida como hasta entonces. No trabajaba en ese momento, me lo podía permitir, y así cuando me tocaba estar con la niña, me dedicaba a ella en cuerpo y alma. La sacaba a pasear, la bañaba y jugaba con ella. Mis padres estaban felices de que estuviésemos con ellos. Se portaban muy bien. Mi hija fue creciendo y mi consumo también, aunque estaba a intervalos abstinente y en otros momentos consumiendo.

Siendo ya conocedores de esta situación, mis padres y mi exmarido, lógicamente se apartaron, no aguantaban más. Acordamos en un contrato privado que mi exmarido se haría cargo de la niña hasta que yo me recuperara. Pero no fue así y al final él se quedó la guarda y custodia. No le culpo. Yo hubiera hecho lo mismo.

Ingresé entonces en una comunidad terapéutica, pero cuando empezaba a estar bien, cogí el alta voluntariamente. Un error. Volví a recaer, evidentemente. Me di cuenta, por eso, entonces del daño que me estaba haciendo a mí misma, y sobre todo a mi hija. Ella necesitaba una madre.

El sentimiento de culpa entonces cayó como una losa sobre mí. Con los años fui aprendiendo, sencillamente a sentirme responsable de mis actos. Dejé de consumir y volví a ejercer de madre, a ocuparme de mi hija. La llevaba al colegio, al médico, estaba conmigo en casa de mis padres cuando estaba enferma, le ponía dibujos animados en la tele, los mirábamos juntas, le preparaba su comida favorita, etc. Disfrutábamos juntas, yo era feliz. Es una sensación única. Ella también estaba contenta, lo sé. En una ocasión, la llevé al circo, nos dieron dos invitaciones. Mi hija estaba loca por ir, a mí nunca me han gustado los circos, pero tengo que confesar que nos lo pasamos estupendamente, tanto ella como yo.

Ya cuando empezó a ser un poco más mayor, vimos su afición al futbol. Siempre recordaré los partidos que veíamos juntas en casa de mis padres, han quedado en mi memoria. ¡Qué días más felices, y sé que para mi hija también lo fueron! Lo sé a ciencia cierta.

Procuré ocuparme de ella, a pesar de mi problemática, de mi enfermedad. Muchas veces no nos damos cuenta de que las trabas nos las ponemos nosotros/as mismos.

En mi caso, me he recuperado, estoy rehabilitada, sobria, después de un largo y durísimo proceso y tengo por fin ya plena conciencia de mí misma, como persona y como madre. He recuperado plenamente a mi hija y a mi familia. He vuelto a nacer.

A partir de ahora, me queda el resto de mi vida junto a mis seres queridos.

Soy una superviviente, una luchadora y una madre.


Usuaria del Espai Ariadna de la Fundación Salud y Comunidad (FSC)