Las personas sin hogar constituyen uno de los grupos poblacionales más vulnerables, o vulnerabilizados. Porque en realidad, junto a factores de corte estructural que explican la existencia del fenómeno del sinhogarismo, es la falta de elementos de protección, la que les sitúa en una posición de desventaja social, a merced de embestidas de distinto tipo que van más allá de la negación del derecho a una vivienda digna (enfermedades, agresiones, robos, fenómenos climatológicos adversos, etc.).

A nivel institucional, falla la prevención, mecanismos y herramientas que impidan que una persona, en un determinado momento de su vida, se vea en la calle. Pero también fallan las respuestas cuando la persona ha llegado al estadio de perderlo todo.

En este sentido, desde el sector de los servicios sociales, afortunadamente contamos con una red de recursos cada vez más variada que permite atender el amplio abanico de características y situaciones que rodean a las personas sin hogar. Incluso, con los años, parece que el enfoque en reducción de daños también se va haciendo sitio, posibilitando llegar a quienes tradicionalmente habían quedado desatendidos.

No obstante, la falta de implicación del resto de sectores de la política social (nos referimos a empleo, educación, sanidad, vivienda, etc.), cercena las posibilidades de salida, impidiendo que todas estas personas logren la autonomía, o al menos, el mayor nivel de autonomía que su situación sanitaria les permita. Resulta frustrante ver cómo quienes han logrado salir de la calle o quienes lo están intentando, no logran abandonar el circuito de la exclusión residencial debido a la imposibilidad de los alquileres, a la falta de vivienda pública, a la falta de servicios sanitarios comunitarios, a los empleos precarios, etc.

En el centro para personas sin hogar “El Carme”, servicio de titularidad del Ayuntamiento de Valencia, gestionado por la Fundación Salud y Comunidad (FSC), somos testigos de ello, contando con usuarios/as que alargan sus estancias por no encontrar una habitación de alquiler que puedan sufragar con sus ingresos, o quienes repiten, por la falta de apoyos comunitarios a su salida. Es cierto que existen factores de corte personal o relacional que también se ven involucrados, pero los resultados serían distintos si lográsemos construir una sociedad con políticas integradoras y no excluyentes.

Ante este panorama, se entiende que hablemos de la “cronificación del sinhogarismo”, o de las “personas sin hogar cronificadas”, en tanto que existen una serie de elementos estructurales e institucionales sobre los que no se actúa y que son los que impiden que estas personas puedan acceder y mantener una vivienda digna de por vida.

Sin embargo, desde “El Carme” seguiremos utilizando el concepto de “sinhogarismo de larga duración”, o el de “personas con largas trayectorias de sinhogarismo”, ya que nos resistimos a negarles un futuro digno y seguiremos contribuyendo dentro de nuestras posibilidades a la reversión de su situación de exclusión residencial.

Construir una sociedad con políticas integradoras y no excluyentes para las personas sin hogar