Las viviendas comunitarias de Mons-Intxaurrondo, gestionadas por la Fundación Salud y Comunidad y el Grupo Lagunduz, son una de las alternativas que ofrece el departamento de Bienestar Social del Ayuntamiento de Donostia-San Sebastián para personas autónomas mayores de 60 años sin recursos suficientes. Actualmente, dan servicio a cerca de 80 personas.

"En este piso podemos llevar una vida digna"
Lina (sentada) y Rocío (en pie) posan en la sala de la vivienda que comparten. / ARIZMENDI

Las dos mujeres esperan bajo el marco de la puerta. Conversan y se tratan como si fueran amigas de toda la vida, pero mientras se acercan a la sala de estar y van tomando asiento, confiesan que no se conocían de nada hasta que el destino o, mejor dicho, el departamento de Servicios Sociales del Ayuntamiento, les convirtió en compañeras de piso.

Acomodada en el sofá, Lina Mata, de 67 años, comenta que lleva más de doce residiendo en las viviendas comunitarias de Mons, aunque han pasado tantos años que dice haber perdido la cuenta. Trabajó durante años «con las monjas, en los Ángeles Custodios de Ategorrieta» y poco después le diagnosticaron diabetes por lo que «mi cuñada me buscó esta alternativa en la que estoy encantada». Ha tenido varios compañeros de piso que «por circunstancias ya no están» y desde hace cuatro años Rocío, de su misma edad, es la mujer con la que pasa la mayor parte del día. Rocío, advierte que «no quiero risas al decir mi apellido, es Torrente», comenta chistosa.

Fue a parar a las viviendas de Intxaurrondo después de pasar por otros servicios sociales. «Recuerdo el primer día que vine. Lina estaba encerrada en su habitación y me asomé por si le apetecía que comiéramos juntas y me contestó ‘Sí, por favor’». Desde entonces comparten el espacio y en cierto modo, también su vida. «Somos muy diferentes, pero nos llevamos muy bien», coinciden. El carácter más reservado de Lina, se equilibra con la espontaneidad de Rocío. A la primera le encantan las plantas y se encarga de cuidar la colección que aflora en su terraza. Rocío, va a clases de inglés y euskera, y es la que se «encarga de movilizar» las fiestas del edificio. «En la sala polivalente nos juntamos para ver películas, hacemos cenas y lo pasamos en grande», explica. Porque al igual que un edificio de estudiantes que comparten piso, la vivienda comunitaria no solo les proporciona un hogar en el que poder vivir, sino también un ambiente en el que afianzar nuevas relaciones «para los que quieran, claro» matiza Lina.

Así hablan de Iñaki, el del primero, al que le gusta la electrónica; de unas vecinas a las que llaman ‘las chicas de oro’ o de Ángel, «que pinta a las mil maravillas». «Aquí hay gente de todo tipo y con problemáticas muy diversas, pero cuando nos juntamos lo pasamos genial», exponen.

Un alquiler variable

Una de las comodidades que ofrece este servicio, para el que hay que cumplir una serie de requisitos, es que el copago se establece en función de la situación económica de cada persona residente. En el caso de Lina y Rocío su alquiler ronda los 450 euros mensuales. «Aporta mucha tranquilidad porque puedes vivir con dignidad, de lo contrario a mí me resultaría muy difícil», confiesa la segunda.

Las viviendas comunitarias reservadas para personas autónomas mayores de 60 años, ofrecen servicio de limpieza de las zonas comunes, tutela si fuera necesaria y una alimentación acondicionada a la dieta de cada uno. «Nos suben la comida y la adecuan a nuestras necesidades». Además, relatan que los trabajadores sociales llevan un control sobre el estado de cada vecino «la higiene o la alimentación la controlan muy bien, lo que da mucha tranquilidad a los familiares», dicen.

Más ayudas para mayores

El servicio de vivienda comunitaria es tan solo uno, de la extensa lista de prestaciones que ofrece el Ayuntamiento para las personas mayores: programas para gestionar la medicación o la seguridad en sus domicilios, teleasistencia, servicio de psicoestimulación cognitiva, actividades para promover el envejecimiento activo, etc. Así se refleja en la Memoria de Bienestar Social 2014, en la que la asistencia domiciliaria se proclama como uno de los servicios por excelencia para los más mayores.

Este servicio, que facilita el cuidado personal o doméstico en el propio domicilio, atendió el pasado año a 1.535 personas, de las cuales el 74,6% eran mujeres, la mayoría de más de 85 años. Por barrios, el que más demanda registró fue Gros-Egia (372 beneficiarios), seguido del centro de servicios sociales de Larratxo-Altza (202 beneficiarios) y del de Intxaurrondo (194 beneficiarios). «Era la primera vez que los precios eran públicos, con el objetivo de desvincular el coste del servicio del copago de los usuarios de manera que solo tuvieran que afrontar el 13%», explicó el concejal de Bienestar Social, Jon Albizu, quien destacó que San Sebastián y Gipuzkoa «son una referencia en esta materia y prueba de ello es la partida presupuestaria que ha pasado de los 1,7 millones de euros en 2011 a 3,1 millones el año anterior».

También para los mayores, que suponen el 22% de la población, va dirigido Goizaldiak. Un programa piloto que guarda cierta similitud con la labor que desempeñan los centros de día, solo que este proyecto estará destinado a mayores con un nivel de dependencia más leve. Arrancará en mayo y se centrará en la organización de actividades orientadas a reforzar la memoria o talleres de trabajos manuales en los hogares del jubilado de Bidebieta, Atotxa y Martutene, destinado a personas autónomas pero en riesgo de aislamiento. El proyecto contará con tres grupos de diez personas, aunque arrancará la primera fase con un número más reducido y en función de la aceptación que tenga, se planteará su ampliación a otros barrios de la ciudad.

Otra de las novedades que el departamento de Bienestar Social contempla para 2015 es la apertura del nuevo centro de servicios sociales en Riberas de Loiola. Las obras arrancarán en mayo y el centro, que será el octavo en toda la ciudad, atenderá a los vecinos de la vega del Urumea (Riberas, Loiola, Txomin y Martutene), que hasta ahora tenían que acudir a las instalaciones de Morlans.

Fuente: El Diario Vasco