Dos voluntarias de la Residencia y Centro de Día “Els Arcs” en Figueras (Gerona), gestionada por la Fundación Salud y Comunidad, nos acercan su experiencia como voluntarias con personas mayores.

Con la mente despejadaHoy cuando hemos llegado a la Residencia la psicóloga nos ha preguntado si queríamos compartir nuestra experiencia como voluntarias para un concurso. En un primer momento hemos dicho que no, pues no somos escritoras ni conferenciantes, después nos lo hemos replanteado y hemos cogido el papel y el lápiz.

Nos hemos acordado de nuestro primer día, cuando acompañadas por las técnicas de Cáritas y de la Residencia y Centro de Día “Els Arcs”, nos presentamos. A Pepi le tocó María E (tenía sólo un sobrino) y a mí María B (no tenía familia).

Nos dejaron solas y yo, muy educada, le pregunté: “¿Cómo está, María?” e iniciamos esta primera conversación:

(María) “Me han robado los pendientes”
“Mujer, a lo mejor los ha dejado en un cajón”
(María) “No, no. Me los han robado”

Nos miramos Pepi y yo, y con la mirada nos preguntamos dónde nos habíamos metido.

María B siempre decía que estaba mal y que le habían robado, hasta el punto de que una vez le dijo al médico en el hospital que le habían robado el televisor. Con el tiempo lo fui comprendiendo. Si de estar en casa con todas tus cosas, pasas a una residencia con una maleta de ropa y cuatro fotos, debes tener la sensación que te han robado la vida.

Yo le explicaba chistes y nos reíamos un rato. Sólo un día me dijo que estaba bien, fue el día que le cortaron una pierna.

A Pepi con su María le fue mejor, era muy dulce y le hablaba siempre de cuando era niña y vivía en Barcelona.

Después estuvimos con Ana, nombre artístico de una “bailaora”, que asegura que ha viajado por todo el mundo, pero que no se acuerda de nada. Es muy cariñosa y muy simpática, no ha logrado aprenderse nuestros nombres pero daría la vida por nosotras.

Un día estábamos unos cuantos haciendo un coro e intentábamos que Ana, que entonces iba en silla de ruedas, nos enseñara a mover los brazos y las manos para aprender a bailar, y tenía mucha gracia y se la veía muy feliz, cuando un señor (por cierto, cordobés que además se veía que lo llevaba en la sangre), aguantándose sobre sus dos muletas, nos hizo un “zapateao”, por cierto que muy bien hecho.

Los mayores son muy agradecidos estén mejor o peor, es decir con la mente más o menos despejada. Aprendemos muchas cosas de ellos y a nosotras nos gustaría que cada uno de ellos tuviera un voluntario que lo visitara.

Rosa María Baig Sala y Pepi Carmona González