El pasado 15 de noviembre, como cada año, celebramos el Día Mundial Sin Alcohol instaurado por la Organización Mundial de la Salud (OMS), para recordarnos que constituye un problema sanitario de primer orden. En ese sentido, más allá de las políticas restrictivas y de normativas que contribuyen a paliar algunas consecuencias no deseadas (como es el endurecimiento de penas por tráfico y el aumento de controles en carretera o en el marco laboral), una vez más es importante que ubiquemos la responsabilidad y la regulación como estrategias preferentes en el tratamiento de esta dependencia.

Como hemos señalado en algunos artículos anteriores, actualmente existe una especial preocupación por el consumo del alcohol en el colectivo juvenil. Y esta preocupación no es arbitraria. Según la encuesta estatal sobre uso de drogas en enseñanza secundaria en 2013 (ESTUDES), observamos un incremento del consumo de alcohol, especialmente entre los/as más jóvenes. Aumenta la presencia de las chicas a edades tempranas (14, 15, 16 años) para patrones de consumo intensivo y, en líneas generales, la percepción de riesgo asociada a este consumo es baja.

En los distintos programas de la Fundación Salud y Comunidad que intervenimos con este colectivo, es habitual escuchar frases como “sin alcohol no hay fiesta”, “solo me divierto cuando voy pedo”, etc.

La asociación entre fiesta y consumo de alcohol aparece frecuentemente en el discurso de los/as adolescentes enmascarando otra asociación de igual importancia, el ocio entendido como fiesta o como consumo de objetos. La ausencia de otros intereses contribuye, sin duda, a que este consumo, que bien puede ser experimental, pueda devenir problemático.

En esa línea, observamos también en la práctica profesional, algunas cuestiones que inciden en la posición del adolescente. ¿Qué pasa con aquel joven que solo aprendió a relacionarse con otras personas desde pequeño a través de la tecnología y los videojuegos? Más allá de fenómenos que podemos considerar indicadores de una dependencia, ciertamente la comunicación y los canales se han visto modificados en los últimos años por las redes virtuales y también por la proliferación de dispositivos y aplicaciones. Facebook, Tuenti, Instagram, Kik… Todos estos espacios son manejados con soltura por las personas más jóvenes, si bien no siempre encontramos un correlato en su modo de relación en el espacio presencial, en el “tú a tú”.

La propuesta terapéutica y de socialización pasaría, por tanto, por un abordaje integral y amplio que, más allá del consumo de alcohol o de otras sustancias, posibilite que el joven adquiera herramientas que le permitan sentirse cómodo, frente a los cambios que experimenta y, sobre todo, poder poner en palabras, de manera sosegada y tranquila, sus necesidades, sus expectativas, sus dificultades y sus anhelos.

Si presentamos el alcoholismo como un hecho social, debemos interrogar también a la comunidad amplia en lo que respecta al consumo de alcohol. Un tema fundamental en las acciones preventivas es poner especial atención en aquellos aspectos contradictorios, en dobles mensajes que generan confusión. Por tanto, como sociedad, no podemos pretender que el adolescente “haga aquello que le decimos mientras nos observa haciendo otra cosa”, porque ese ejercicio de responsabilidad nos atañe a todos/as.

Alejandra Idelsohn
Psicóloga del Centro de Día de Inserción