“No se nace mujer, se llega a serlo” (Simone de Beauvoir): La construcción de género.

La violencia contra las mujeres es un fenómeno multifactorial, que tiene como base fundamental factores sociales, como el sistema patriarcal, en el que se basa nuestra sociedad, y la construcción de género dentro de este sistema. El patriarcado es un sistema de organización jerárquico, que se basa en una distribución desigual del poder entre hombres y mujeres. La estructura patriarcal determina una construcción social binaria, basada únicamente en dos sexos, asignando roles desiguales diferenciados, en función del sexo, que se traducen en determinados mandatos de masculinidad y feminidad. Es decir, la estructura patriarcal crea un orden y un código simbólico, que otorga y legitima el poder de los hombres sobre las mujeres y las niñas, y excluyendo cualquier tipo de identidad que no responda al sistema binario hombre-mujer.

Este orden y código simbólico que determina y normativiza los roles de hombres y mujeres, penetra inconscientemente a través de la socialización desde la infancia; a través de la cultura, de los mitos y de la religión. El sistema normativo patriarcal forma parte de nuestro inconsciente, de nuestra memoria personal y colectiva. Así, a través de estereotipos, se construyen e interiorizan los mandatos de género, que determinan cuál es la “forma correcta” de ser mujer o de ser hombre.

Por lo tanto en el acompañamiento psicológico a mujeres que han vivido violencia machista es importante poder incluir esta perspectiva, ubicando la causa de la violencia, no en la persona que la sufre, sino en el sistema que la genera y la permite; de esta manera es importante acompañar a la mujer a desvelar los mandatos de género interiorizados, para poder desmontar las creencias que subyacen y poder trascenderlos (mandatos como “las mujeres son cuidadoras”, “las mujeres tienen que aguantar”, “los hombres se enfadan, las mujeres, no”, “los hombres se encargan de lo económico, las mujeres, de la casa y las niñas/os”, “el príncipe siempre rescata a la princesa (ella sola no puede)”, “una mujer necesita un hombre”…).

“Sólo existe aquello que se nombra”: Identificando la violencia y desmontando la culpa.

El acompañamiento psicológico en el proceso de recuperación de mujeres que han vivido violencia machista se inicia nombrando y visibilizando la violencia, desnormalizando, desnaturalizando y cuestionando la asimetría en la relación que da poder al hombre. Una de las trampas del sistema patriarcal es legitimar y normalizar conductas por las que el hombre pretende someter a la mujer. Existe un alto nivel de subjetividad en las conductas y dinámicas que se dan en el interior de una pareja, por lo que es adecuado incluir, en el proceso de recuperación, una mirada objetiva que acompañe a la mujer a analizar, detectar y a nombrar la desigualdad y los diferentes tipos de violencia que se han naturalizado, a través del paso del tiempo en la relación, a través de la integración de los mandatos de género, y a través de las propias consecuencias de la violencia (habituación, pérdida de confianza en el propio criterio, pérdida de autoconcepto positivo, etc.).

En este proceso, es necesario abordar las emociones que han acompañado a las vivencias del abuso, que juegan un papel importante en la perpetuación del ciclo de la violencia. El sentimiento de culpa, por parte de la mujer, suele estar presente en este proceso. Es importante colocar la responsabilidad de la violencia en quien la ejerce exclusivamente. Darle nombre a las diferentes violencias vividas legitima las emociones vinculadas a la violencia y ayuda a deslocalizar la culpa autoreferencial que experimentan las mujeres.

“Ni víctimas ni pasivas, mujeres combativas”: Abordando la rabia y convirtiéndola en asertividad.

El orden patriarcal determina y normativiza, también, diferentes estilos de comunicación y de expresión de sentimientos y emociones para hombres y mujeres; la expresión del enfado y el contacto con emociones de rabia o ira ha estado vetado especialmente para las mujeres, durante siglos; relegándolas a papeles sumisos y complacientes hacia su entorno, eliminando así su fuerza y su capacidad para poner límites. Sin embargo, es a través de la fuerza que otorga la rabia y el enfado, que muchas mujeres son capaces de romper el ciclo de la violencia, y alejarse del agresor.

No permitir las emociones relacionadas con enfado y rabia a las mujeres ha tenido como consecuencia que no se detecten interiormente con inmediatez, que se tapen, que no sean escuchadas, y por lo tanto, que se den conductas de sumisión y pasividad ante agravios hacia una misma.

La rabia y el enfado son emociones de defensa y de protección; es a través de la activación que generan estas emociones que las mujeres pueden poner límites a situaciones de abuso y de desigualdad.

Por ello, cuando en el proceso de recuperación de mujeres que han vivido violencia emerge la rabia, es necesario dejarle espacio, legitimarla, permitirla y expresarla; permitir que la mujer conecte desde ahí con su propia fuerza, y por ende, con el respeto hacia sí misma.

En este sentido, son adecuadas técnicas de descarga de rabia, como escritura de cartas, sin juicios, descargas físicas, permitiéndose la emoción libremente en un contexto controlado para, una vez liberada la emoción, poder reconvertir esa fuerza en asertividad y capacidad para poner límites.

“Amurallar el propio sufrimiento es arriesgarte a que te devore desde el interior” (Frida Kahlo). Sintiendo los propios deseos libremente y aprendiendo a respetarlos.

Los mandatos de género que determinan qué está permitido sentir y expresar a mujeres y a hombres obstaculizan que cada persona se escuche a sí misma honesta y naturalmente, detecte sus propios deseos, responda a sus necesidades y sienta y exprese libremente sus emociones.

A las mujeres se les ha asignado el rol de cuidadoras y han sido entrenadas en detectar las necesidades ajenas e incluso en cubrirlas, en muchos ámbitos; por el contrario, no se les ha concedido, a lo largo de la historia, la posibilidad de que esas habilidades de cuidado se dirigiesen hacia sí mismas, vinculando el autocuidado al concepto de egoísmo, y consiguiendo así, que muchas mujeres antepongan las necesidades de los/as demás a las suyas propias.

El acompañamiento psicológico debe incluir el restablecimiento de una relación íntima con una misma, el aprender a escucharse y a respetarse los deseos propios. Aprender a decir Sí y No libremente, y en consonancia con las propias necesidades, desmontando el mandato de complacencia hacia el entorno.

Propiciar que se inicie un camino desde dentro de una misma, en el que todas las emociones y sentimientos son legítimos y aprender a gestionarlas y expresarlas de forma respetuosa con una misma.

Estas son algunas claves introductorias de cómo incluir la mirada de género en la intervención en mujeres que han vivido violencia machista, pero existen muchas más; se trata de integrar en la intervención el análisis minucioso de las desigualdades y de los estereotipos interiorizados individual y colectivamente,teniendo en cuenta también, que el abordaje debe contemplar las especificidades de cada mujer, y debe adaptarse individualmente a su propia historia, a su propia subjetividad, y al momento concreto del proceso de recuperación en el que se encuentra.

Marta Mariñas
Psicóloga
Servicio de Atención, Recuperación y Acogida (SARA)
Barcelona