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«La música, como recurso terapéutico, tiene la capacidad de conectar con emociones cuando las palabras ya no son suficientes»

Apasionada por la música y movida por una profunda vocación de servicio, Aran Vilagran Díaz, estudiante de segundo de Bachillerato, ha realizado voluntariado durante unos meses en el «Centro de Día Crisàlide», servicio gestionado y dirigido por la Fundación Salud y Comunidad (FSC) en Barcelona. En este centro, ha vivido una experiencia transformadora que le ha permitido crecer, aprender y aportar bienestar a las personas usuarias. Reconoce que para ella fue un reto adaptarse al entorno profesional, si bien la experiencia le será muy útil en el futuro. Esta entrevista nos permite conocerla mejor, así como su actividad como voluntaria.

– ¿Puedes contarnos cómo empezaste como voluntaria en este centro y qué motivaciones tenías?

Sí, empecé como voluntaria gracias a mi Trabajo de Investigación (TdR) de Bachillerato. Tenía algunas inquietudes que quería resolver, y la Fundación Salud y Comunidad también buscaba avanzar en ese ámbito.

Cuando le comenté a Daniel Urbina mi proyecto “El efecto de la musicoterapia en personas con deterioro cognitivo debido al consumo de drogas”, me propuso la magnífica idea de colaborar como voluntaria. De esta manera, podía desarrollar mi estudio de forma “cuasiexperimental”, mientras aportaba algo a la entidad.

Desde muy pequeña, siempre he sentido una gran vocación por ayudar a los demás; de hecho, durante mucho tiempo quise ser trabajadora social. Al elegir el tema de mi trabajo de Bachillerato, decidí unir todas mis grandes pasiones y darles un sentido: la música (soy pianista desde niña), la ciencia (para explorar si podría ser un futuro ámbito profesional) y el amor por la humanidad, que me impulsa a contribuir y sentir que puedo mejorar, aunque sea un poco, la sociedad.

Además, este proyecto tiene un componente muy personal: mi abuelo falleció a causa de una droga legalizada en nuestro país y quería que fuera “el latido” de mi investigación.

En definitiva, esta experiencia me permitió unir todas mis motivaciones en un solo trabajo que, además, me ofreció la oportunidad de crecer y ayudar al mismo tiempo.

– Antes de iniciar este voluntariado, ¿habías participado en otros proyectos?

Sí, participé en otros proyectos. En el colegio, formé parte de unas actividades intergeneracionales, en las que pasábamos tiempo con las personas mayores de una residencia. Hacíamos talleres y actividades, era muy bonito ver cómo todos/as podíamos aprender, a la vez que disfrutar.

– ¿De qué forma has ido colaborando en el centro “Crisàlide”?, ¿cuál ha sido tu labor?

He estado colaborando en el centro desde finales de julio hasta principios de septiembre. Durante este tiempo, realicé una intervención de musicoterapia pasiva, combinándola con la aplicación de pruebas de cribado en deterioro cognitivo y funciones ejecutivas. Además, siempre que las trabajadoras del centro necesitaban apoyo en otras tareas, también colaboraba con ellas, ayudando en lo que fuera necesario.

– ¿Qué desafíos surgieron mientras realizabas tu labor como voluntaria?

Me encontré con varios retos. El principal fue gestionar las emociones al trabajar con personas con deterioro cognitivo, ya que podía resultar duro ver ciertas situaciones. También fue un desafío adaptarme al entorno profesional, aprender a comunicarme con el equipo profesional porque todo eso era nuevo para mí. Aun así, todos esos retos me ayudaron mucho a crecer y a ganar experiencia. Algo que, sin duda, me será muy útil en el futuro.

– En tu opinión, ¿qué aporta la música como recurso terapéutico en este centro?

La música, como recurso terapéutico, tiene la capacidad de conectar con emociones cuando las palabras ya no son suficientes. En el caso de las personas usuarias, la música actúa como un puente hacia recuerdos y sensaciones, ayudando a mejorar su estado de ánimo, su concentración y su interacción con los demás.

Elegí un proyecto relacionado con la música porque siempre ha sido una parte imprescindible de mi vida. Toco el piano desde pequeña, y para mí la música es una forma de expresar y sanar. A través de este proyecto, he podido comprobar cómo algo tan simple como una melodía puede generar efectos a veces inexplicables, no solo en las personas usuarias, sino también en quienes las acompañamos.

– Concretamente, ¿qué efectos crees que tiene la música en las personas usuarias del servicio?

Creo que tiene efectos muy positivos: les ayuda a relajarse, a mejorar su estado de ánimo y conectar con recuerdos y emociones. Además de haber demostrado que ayuda a una mejoría en el deterioro cognitivo.

He podido ver cómo, durante las sesiones, algunos usuarios/as que al principio estaban más apagados o distraídos, mostraban interés o sonreían. La música humaniza a las personas y genera momentos increíbles.

– Anteriormente, te referías al equipo profesional. ¿Cómo ha sido tu experiencia de colaboración con el mismo?

Muy enriquecedora. Me he sentido muy bien acogida desde el primer día y he aprendido muchísimo, sobre todo de la forma en la que afrontan cada situación de manera profesional, pero sin perder la empatía. Siempre han estado para resolver mis dudas y ayudarme, lo que me hizo sentir muy valorada y querida. Es algo que nunca olvidaré, todas ellas son personas espectaculares.

– ¿Puedes compartir alguna historia concreta o momento que te haya marcado especialmente?

Ha habido muchos momentos que llevaré en el corazón, pero hay dos que recuerdo con especial cariño. Uno fue cuando los usuarios/as empezaron a llamarme “la chica de la música”, cada vez que llegaba al centro. Un gesto muy sencillo, pero que a mí me llegó lleno de sentimiento.

Otro momento fue cuando uno de los usuarios me contó que, gracias a las sesiones, había empezado a ponerse música en casa mientras hacía las tareas del hogar. Me emocionó mucho, porque demostraba que había generado un cambio positivo en su día a día. Son esos pequeños detalles los que te hacen ver que tu trabajo tiene sentido.

– Realizando este voluntariado, ¿ha habido algo que haya podido cambiar tu forma de ver el proceso de deshabituación de una adicción?

Sí, antes de empezar el voluntariado tenía una visión teórica del proceso de deshabituación, pero al convivir con las personas usuarias pude comprender la parte humana y emocional de este camino. Cada proceso es único y cada avance, por pequeño que sea, tiene un valor enorme. Ver la dedicación de los/as profesionales y el esfuerzo constante de las personas usuarias me hizo admirar mucho más el proceso.

– Una vez finalizado este voluntariado, ¿tienes algún sueño o proyecto futuro que te gustaría que se pudiera llevar a cabo en un futuro en el centro?

Ahora mismo no tengo tiempo para involucrarme en nuevos proyectos, pero si en algún momento el centro necesita mi ayuda o quisiera contar conmigo para algo, saben que pueden hacerlo, sin dudarlo. Esta experiencia ha sido muy especial para mí, y siempre estaré dispuesta a colaborar, si surge la oportunidad en el futuro.

– Para finalizar la entrevista, ¿qué le recomendarías a otros jóvenes que están pensando en hacer voluntariado en este servicio?

Les diría que no lo duden. Hacer voluntariado en este centro es una experiencia que te cambia la forma de ver las cosas. Es una oportunidad para crecer personalmente y sentir que realmente estás aportando algo valioso. Puede que al principio dé un poco de respeto, pero cada pequeño gesto y cada momento compartido, hacen que valga totalmente la pena.


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