El pasado 14 de marzo, día en el que fue declarado el estado de alarma en nuestro país, con motivo de la grave crisis sanitaria en la que estamos inmersos, emergía un estado emocional que generaba incertidumbre, angustia y miedo por lo que iba desarrollándose en todo el territorio. Las cifras de contagios y fallecimientos por el COVID-19 crecían exponencialmente y la sensación de vulnerabilidad se apoderaba de nuestro día a día.

Tres días después de dicha declaración, las entidades que trabajamos en el ámbito penitenciario y de la ejecución penal, cesábamos total o parcialmente nuestra tarea en los centros penitenciarios. Es el caso de algunos de los proyectos que la Fundación Salud y Comunidad (FSC) gestiona desde hace más de 30 años, en colaboración con la Secretaría de Medidas Penales, Reinserción y Atención a la Víctima (Departamento de Justicia de la Generalitat de Cataluña).

Los profesionales dejamos de asistir a los centros penitenciarios como medida preventiva, ya que, en ese momento inicial, representábamos un vector importante de contagio del COVID-19 a la población reclusa.

Lo primero que recuerdo de ese momento es el no poder explicar y hablar directamente con las personas que acompañamos día a día, desde el proyecto que gestionamos en el Centro Penitenciario de Jóvenes de Quatre Camins (La Roca del Vallés, Barcelona). La sensación de irte de un sitio, sin poder hacer un cierre con personas con las que tienes un vínculo, no pudiendo dar una explicación en un momento tan delicado como el que vivíamos en esos primeros días y, además, no poder hacerlo en un entorno tan especial, como el que supone un centro penitenciario, eran elementos que generaban una sensación extraña de impotencia y frustración.

El 17 de marzo (primer día de la nueva situación para las entidades que colaboramos en el ámbito penitenciario), el equipo de profesionales de la Fundación Salud y Comunidad tuvimos muy clara la estrategia a seguir, pese a no poder estar en la primera línea de intervención.

Trabajar alejados de los despachos de los módulos residenciales o no poder atender cara a cara a los jóvenes del proyecto y a sus familias, no significaba mantener una posición pasiva y bajar los brazos y esperar desde casa a recibir instrucciones de cómo continuar la tarea que tenemos encomendada. La posición de profesionales activos, responsables e innovadores, permitió poder diseñar un plan estratégico que generó la posibilidad de seguir trabajando desde el confinamiento, y de seguir acompañando directa o indirectamente a las personas que atendemos desde los dispositivos gestionados.

La revisión y mejora de los proyectos técnicos, el trabajo de implementación y actualización de los sistemas de calidad de los proyectos, el rediseño de actividades grupales e individuales, la atención de las personas en formato virtual y el trabajo en red, supusieron algunas de las acciones que los profesionales de FSC ejecutábamos desde nuestros domicilios, de manera ordenada y con rigor técnico y profesional.

Tal y comentábamos anteriormente, una herramienta que durante esta crisis ha cobrado una relevancia clave, pese a que ya tenía un lugar importante previa a la aparición del COVID-19, es el trabajo en red. El trabajo colaborativo entre entidades del tercer sector ha supuesto una acción clave en el proceso de confinamiento, pero también de desconfinamiento en este momento.

El trabajo en red ha logrado de forma conjunta poder aglutinar y gestionar, junto con la administración penitenciaria en Cataluña, muchos de los miedos e incertidumbres que han ido emergiendo en las entidades sociales, como consecuencia de la emergencia sanitaria.

FSC ha trabajado intensamente en plataformas del tercer sector, tanto a nivel autonómico como en ECAS (Entidades Catalanas de Acción Social) y la TPS (Mesa de Participación Social) pero también, a nivel estatal, como en el caso de UNAD (Unión de Asociaciones y Entidades de Atención al Drogodependiente). Aunque el objetivo que persigue cada plataforma es diferente, en cada una de ellas se ha trabajado con la misión de establecer colaboraciones y sinergias con las administraciones pertinentes y favorecer la construcción de protocolos, tanto en la fase de contención de la pandemia, como en la creación de procedimientos, para afrontar la desescalada en el ámbito penitenciario y en el de la ejecución penal, como está sucediendo en la actualidad.

A modo de conclusión y también como reconocimiento a mis compañeras y compañeros de FSC, creo importante resaltar que, en momentos como una crisis sanitaria de este nivel, no siempre es fácil estar a la altura de los acontecimientos. Cierto es que desde la entidad se ha procurado (en la medida de los posible) ser rápido y ágil en las respuestas, no dar nada por supuesto en las acciones y medidas que se iban desarrollando, y se ha mantenido una actitud de permanente suma y colaboración, siendo capaces de dar respuesta a las distintas necesidades que nos planteaban desde las administraciones, así como los profesionales y, sobre todo, las personas a las que atendemos.

Sin duda, todo ello ha sido posible gracias a la labor de los profesionales de la Fundación Salud y Comunidad, profesionales capaces de afrontar las crisis desde una posición donde el deseo es el principal motor para seguir inventando y generando proyectos que mejoren la calidad de las personas en tiempos de incertidumbre.


Manu Izquierdo
Coordinador de “Impulso Joven”. Centro Penitenciario de Jóvenes
Fundación Salud y Comunidad

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