Estoy perdido. Perdido en una densa niebla de dependencias y sobreprotección. Voy deslizándome por un camino muy superficial. Casi etéreo. Tan frágil como un fino cristal. Flanqueado por unos altos muros, construidos con unos ladrillos totalmente irreales. Solo son visibles para mí. Así me siento seguro.

Aunque no puedo ver nada en medio de esa espesa niebla, estoy acostumbrado y camino con paso firme.

De repente, esa niebla desaparece. Me asusto. Al fin puedo ver, miro hacia todas partes y no veo nada ni a nadie. Todo lo que creía que me rodeaba ha desaparecido. Los muros de la irrealidad, se derrumban. Sigo caminando. Más tarde ese camino frágil y etéreo, se difumina. Va volatilizándose hasta que desaparece.

Debajo del camino hay un inmenso vacío. Caigo, grito, pero es inútil, mis gritos se estrellan en el silencio. En la soledad de mi infinita caída, pienso en mi pasado. Un pasado artificial, vacío. Intento aferrarme a algo, pero todo esta oscuro, más bien negro, como mi hoy. He caído en otro camino.

Su superficie esta vez es firme, consistente. Pero llena de grandes piedras y socavones. Miro hacia los lados del camino, está bordeado por unas altas enredaderas, son demasiado espesas y sus espinas demasiado punzantes y cortantes como para poder atravesarlas.

Miro hacia atrás y solo hay un inmenso vacío. Imposible ir hacia atrás… Imposible ir hacia los lados.

Solo me queda una opción, seguir hacia adelante y sortear las dificultades que me ofrece el nuevo camino, comienzo a escalar piedras y a sortear socavones. Ya no sé ni el tiempo que llevo luchando en este difícil camino, además estoy solo, nadie me puede ayudar.

Estoy ya muy cansado y al borde de desistir, pero tras sortear la última piedra, aparece un túnel… Se adivina muy largo ya que a lo lejos ni siquiera se vislumbra un ápice de luz. Demasiado tarde para volver atrás…

Empiezo a ciegas el camino del largo túnel, mis pisadas se hacen lentas y pesadas, ya que la superficie del túnel es un espeso lodazal. Mis pies se hunden cada vez más, pero sigo avanzando. He aprendido una cosa, seguir caminando es esperanza, cada día que respiro, camino y lucho, alimento la esperanza del mañana. Pierdo la noción del tiempo, pero sigo avanzando, ya que a lo lejos empiezo a ver un punto de luz…

Pese al cansancio, acelero el paso. Ya no me doy cuenta de que camino por un espeso lodazal. Llego a la luz y no me equivocaba, es el final del túnel.

Pero, para mi sorpresa, esa luz no es la del sol, sino que es MI LUZ. Una luz perdida hace muchos años, una luz extracorpórea, inmensa, que fue alimentada por mi fuerza interior y por mi autoestima.

Me acoplo a mi luz y empiezo nuevamente a caminar… Miro al frente, miro hacia los lados, pero no veo absolutamente nada.

Sigo caminando y, de repente, me doy cuenta de que frente a mí tengo la vida misma y tengo que construirla. Junto a mi luz interior y formando parte del núcleo de esa luz, también encuentro el camino etéreo y frágil, el camino lleno de piedras y socavones y también el del túnel de espeso lodo…

Para finalizar este relato, deciros que la vida es poesía. Escrita de miedos, tristeza y… ¡cómo no!, de alegría y que la escribimos solo nosotros. Pero sobre todo hay que escribir en ella con unas inmensas letras imborrables… ME QUIERO MÁS QUE A NADIE y seguir el camino, el de cada uno.

A.D.V, usuario del Piso Terapéutico Rubió i Ors de la Fundación Salud y Comunidad en Barcelona