En los últimos años, hemos observado que una gran parte de las mujeres usuarias del Centro Municipal de Acogida de Urgencia por Violencia Machista (CMAU-VM) en Barcelona, gestionado y dirigido por la Fundación Salud y Comunidad (FSC), tomaban medicación de manera regular a lo largo del proceso de acogida. Ha sido algo que nos ha llamado la atención y, por ello, el pasado año 2017 decidimos registrar estos datos para contar con una información más detallada sobre este fenómeno. Los resultados nos parecen significativos y queremos invitaros a reflexionar sobre este tema.

El análisis de resultados nos revela que el 61,33% de las mujeres que ingresaron en el CMAU-VM a lo largo de 2017, tomaron medicación durante su acogida. El 86,96% de esta medicación fue de tipología psiquiátrica, aunque solo el 26,67% de las mujeres acogidas contaban con un diagnóstico de salud mental. Las medicaciones de tipo psiquiátrico que tomaban las mujeres acogidas eran, en la mayoría de los casos, antidepresivos y ansiolíticos.

La realidad con la que nos encontramos, es que en la mayor parte de los casos se trata de medicación recetada por parte de los centros de Atención Primaria, y no hay un seguimiento real de estas pautas médicas, ni tampoco una derivación a profesionales de Salud Mental (psicólogos/as y/o psiquiatras).

Las mujeres, cuando acuden al médico/a de cabecera, les explican que presentan insomnio, que les cuesta respirar, que se sienten continuamente tristes y con ganas de llorar. A menudo, salen de la consulta con sedantes o antidepresivos, que en el mejor de los casos las ayudarán a calmar los síntomas que han relatado, pero… ¿realmente la medicación las curará de la sintomatología que padecen? Claramente, no, dado que la medicación “sintomática” no pretende curar, sino aliviar los síntomas.

Si nos ponemos en el contexto de una mujer que vive una situación de violencia por parte de su pareja, sabemos que pueden ser contadas las ocasiones que tiene para poder explicar qué le pasa y entender los motivos por los que presentan estos síntomas. Desde el Centro Municipal de Acogida de Urgencia por Violencia Machista, pensamos que a menudo se está desaprovechando un espacio que podría ser la puerta de entrada a una vida libre de violencia, “sobremedicando” a las mujeres, sin preguntarnos si necesitan otro tipo de ayuda.

En el mejor de los casos, son atendidas por psicólogos/as y/o psiquiatras del mismo centro de atención primaria (CAP) o bien son derivadas al Centro de Salud Mental de Adultos (CSMA), pero la periodicidad de las visitas suele ser tan dilatada en el tiempo que a las mujeres les cuesta vincularse con los/las profesionales y poder crear un espacio de confianza y apoyo.

Desde nuestra experiencia profesional, a partir de la coordinación que tenemos con los/las profesionales de salud mental que atienden a las mujeres acogidas en el recurso, detectamos que el enfoque frente a esta situación se tiende a hacer desde el modelo biomédico, careciendo en muchas ocasiones de una perspectiva de género que sería fundamental.

Ello tiene un impacto directo en cómo se acompaña a la mujer, en la medida en que a menudo no se tiene presente la influencia de los factores psicosociales y biográficos presentes. En este sentido, consideramos que debemos contribuir a dar soluciones, incorporando un análisis de género en las actuaciones y prácticas profesionales en el ámbito de la salud.

Estamos de acuerdo en que el uso de psicofármacos puede ser favorable en un momento determinado del proceso de recuperación de la violencia, pero nos preocupa que acabe convirtiéndose en una pauta médica crónica que puede incluso dificultar el proceso de toma de decisiones y de cambio de estas mujeres (en este punto, podríamos hablar de la dependencia farmacológica que puede suponer el uso continuado de ciertos psicofármacos o bien del impacto que tienen los ansiolíticos en la capacidad para pensar, reflexionar y tomar decisiones).

Según la Encuesta de Salud de Cataluña (ESCA) de 2016, las mujeres presentan más sufrimiento emocional, más problemas de salud mental y consumen más psicofármacos que los hombres (se recetan el doble de ansiolíticos y sedantes en mujeres que en hombres y los antidepresivos son recetados cinco veces más en las mujeres). ¿Podríamos analizar, pues, qué papel desempeña el género en todo esto? Observamos una clara desigualdad de género en los diagnósticos y, a menudo también, en los tratamientos para la ansiedad y la depresión.

Es evidente que la sociedad patriarcal en la que vivimos sitúa a las mujeres en una posición, en la que sufren unas condiciones de vida más empobrecidas que los hombres y, por tanto, su salud física y emocional se ve resentida. Nos referimos a jornadas maratonianas de trabajo, a salarios inferiores y a condiciones laborales más precarias, de trabajo de cuidados, así como de violencia machista padecida.

Por consiguiente, se deben incorporar mejoras que faciliten una atención integral de la salud femenina, considerando a la mujer como sujeto activo de su proceso de salud y dando protagonismo a su propia experiencia. En este sentido, se hace necesaria una escucha activa al médico/a, potenciando la comunicación con él/ella y la participación en las decisiones respecto a la propia salud. Es importante que se evite la “patologización” y la “sobremedicación” y que se incorporen otros tratamientos distintos a los farmacológicos que aborden la problemática desde una perspectiva biopsicosocial y de género.