El sistema judicial, en ocasiones, ofrece a los niños y adolescentes y también a la mujer escasa o nula protección del padre cuando se dictamina un determinado régimen de visitas.

¿Hasta qué punto las expectativas del rol materno están condicionadas por este sistema judicial?

Cuando las mujeres pueden contrastar su experiencia de maltrato con información precisa sobre el tipo de violencia machista, pueden conectar con un sufrimiento que muchas veces ha sido sesgado por desconocimiento. Conocer su realidad en todas las dimensiones las empodera, las fortalece en el futuro, permite que se alejen de una persona que les ha hecho daño, y pueden reconocer hasta qué punto les ha dañado.

De la misma manera, el hecho de que las madres puedan integrar la información realista sobre lo que significan los malos tratos infantiles, más allá del reconocimiento de una agresión física o psicológica directa o visible hacia los niños, niñas y adolescentes, permite que sintonicen con el sufrimiento vivido por ellos.

Sabemos que los malos tratos también tienen lugar cuando un padre no satisface las necesidades emocionales, ignora afectivamente, rechaza (incluso antes del nacimiento), cuando pone de manifiesto la escasa o nula capacidad de protección, igualmente cuando manipula, consume o deja al alcance sustancias tóxicas, cuando hay violencia ambiental brutal (aunque no toque directamente al niño), o cuando agrede a la madre con el hijo en brazos.

Cuando un niño o una niña te explican: “cogió una pala de hierro y me dio en la cabeza, cogió una sierra para pegar a mi madre y me puse en medio, ¿qué tengo que esperar de mi padre?”, conectar con este sufrimiento de las hijas e hijos, permite cuestionarse esta “parentalidad” o, por lo menos, es necesario velar por la forma en que se realizarán las visitas con estos niños y adolescentes.

¿Qué pasa cuando ante todo eso se dicta un régimen de visitas totalmente incoherente? Con un padre que prácticamente no ha convivido con el niño, y este está en fase de lactancia, se marcan dos/tres días semanales de visitas y a los dos meses siguientes ya se incorpora la pernocta, cuando la madre es quien lo tiene que llevar al domicilio paterno, y/o están acogidos en un Servicio de Acogida y Recuperación (lejos del domicilio paterno).

¿Qué protección estamos dando a estos niños y adolescentes? ¿Por qué ante posibles situaciones de maltrato se dan unos regímenes de visitas que no velan por la protección de estos niños y/o adolescentes?

¿Por qué no se utilizan los recursos que tenemos, como los Servicios Técnicos de Punto de Encuentro antes de exponer a los niños y adolescentes a posibles situaciones de riesgo y/o de desprotección?

Realmente es necesario pensar en qué decisiones se toman a nivel judicial, y es necesario tener conocimiento sobre los malos tratos infantiles, la violencia machista y el impacto de la exposición a la violencia, sea directa o indirecta en los niños y adolescentes.

Hablamos de una realidad compleja donde la atención tiene que abarcar todos los ámbitos de actuación, teniendo en cuenta el momento en que se encuentran y las necesidades de cada familia.

Es necesario un trabajo interdisciplinar y en red, para dar respuestas a los retos actuales. Necesitamos avanzar de manera coordinada en las diferentes áreas (social, psicológica, legal, educativa, sanitaria…); debemos evitar las contradicciones en la atención y es necesaria una eficaz colaboración entre los y las profesionales y todas las instituciones, porque sus respuestas afectan, a nivel directo y/o indirecto, a la recuperación y reparación del daño vivido en las mujeres, niños y adolescentes.

Mª José Martínez y Encarna Palomares